domingo, 31 de julio de 2011

Plumas

Hace algunos años, en Nueva York, una mujer me amó después de verme bailar ballet. Mi maestra de danza se llamaba Oona, un nombre finlandés que se pronuncia «Una», y ese día había traído a una bella amiga a su clase. Ambas eran estudiantes de Juilliard y verdaderas fanáticas del método creado por el coreógrafo José Limón. La amiga de Oona, a quien yo llamaba «Dos», se rió de mí a carcajadas cuando me vio bailar.

—¿Por qué demonios estás en una clase de ballet? —me preguntó.

—Porque sabía que aquí podía conocer a una mujer como tú —le contesté.

Es el tipo de cosas que uno dice para esquivar un bochorno y ganar puntos en la escala de simpatía. La verdad era otra: amo la danza desde los cuatro años.

A veces el destino nos depara ser una tercera persona en la trama de un amor imposible, aunque irresistible por esa misma razón. Cuando estaba en el kindergarten del Sagrado Corazón de Jesús, mi hermana María Eugenia, de cinco años, se unió a una producción estudiantil de El lago de los cisnes. Mi hermana era gordita y tenía los pies planos, así que el instructor sólo le enseñó a entrar, dar vueltas y salir del escenario. María Eugenia aceptó ese trato en silencio porque su amor por el ballet era más grande que su orgullo infantil.

La noche del estreno vimos el nacimiento de una pequeña estrella: una niña llamada Carmen Aída Alcaine bailó como un ángel. Por su lado, mi hermana se convirtió en la otra atracción de la noche, pero por las razones equivocadas. Las plumas de su tutú estaban mal cosidas y a cada giro salían volando por todo el escenario. Yo armé un escándalo cazando plumas y me mandaron a casa.

«Dos» se rió conmigo cuando le conté esa historia. Eso no significa que dejó de reírse de mí cada vez que me veía bailar. Aunque me había ganado su corazón, no perdió su razón por mí. Pero qué importaba si, después de todo, algún día —como en este día— podía declarar algo inaudito: «Yo amé a mi mejor y más dura crítica».


sábado, 30 de julio de 2011

El oso

Mi amor se alimenta de tus defectos
como de una miel prohibida.


viernes, 29 de julio de 2011

El otro infierno

El cielo existe. Este
es el cielo.
La tierra es
el cielo.
Y nosotros somos sus demonios,
devorándolo.


jueves, 28 de julio de 2011

La belleza

Allí donde reina la paz, la verdad duerme, simple y pura.


miércoles, 27 de julio de 2011

Manantial

La verdad brota,
simple y pura,
a pesar del ruido
de las palabras.


martes, 26 de julio de 2011

Un mapa de tu tierra

Tu tierra abusa de tu amor por ella.
Castígala. Demuéstrale quién eres.
Toma su pequeña imagen, la imagen
de su pequeño cuerpo accidentado

y arrúgala en tu puño, estrújala
entre tus dedos. Luego, despliégala
sobre una almohada y dile: “has
sido infiel, has sido mala conmigo”.

Insértale alfileres en esos lugares
donde te hizo sufrir en demasía.
Escupe sobre su imagen, rompe

su frágil geografía. Dale fuego
y déjala arder, déjala ser cenizas.
Por una vez has sido su tirano.


Había olvidado este poema, que escribí y publiqué hace más de 15 años. Realmente había estado trabajando un mapa de El Salvador que incluía una geografìa de su historia, y de pronto caí en la cuenta que parecía un mapa de historias de horror, un mapa de la infamia. Pero el poema no trata sobre eso, sino que retoma un comentario que me hizo mi novia de entonces, cuando tomé un boceto de ese mapa y después de observarlo un rato, lo rompí, lo estrujé en mi mano y lo boté a la basura. Recuerdo ese momento con fría claridad, como si me viera a mí mismo, porque mi novia me hizo tomar conciencia de lo que había hecho cuando dijo: "¿Saldando cuentas con tu país?".


¡Las musas!


lunes, 25 de julio de 2011

La muerte y la belleza

«Recuerdo otra anécdota de una conocida actriz de teatro, Gilda Lewin, salvadoreña de gran sensibilidad que aún vive en California. Recorríamos un bosque húmedo con pinos, donde crecían el musgo y la hierba como terciopelo. Nos acompañaban dos amigas norteamericanas. Gilda cometió el mismo desliz que yo cometí antes con Délano; un gazapo similar: “Qué bosque más solitario, como para tirar muertos”. Cayó como agua caliente.

“¿Cómo es posible relacionar un bello paisaje con un lugar de cadáveres?”, preguntaron las norteamericanas.

Gilda se sorprendió. Yo me reí tratando de opacar su turbación. La defendí: “En lugares bellos como este es donde aparecen los muertos”. Y es que desde entonces, los salvadoreños ya ni siquiera pensábamos en la belleza de los lugares. En nuestro paisaje, nuestro mínimo espacio, nuestra flora, ahí se han encontrado los cadáveres. Gilda Lewin lloró. Después, reímos todos para darle fuerza. Pero ella siguió perturbada. En un lugar bello del campo salvadoreño encontró decapitado a su esposo, un artista.»

Manlio Argueta
Modo de muerte, Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, 19 de septiembre de 2010.

domingo, 24 de julio de 2011

La dama y el vagabundo

Los escritores jóvenes no tienen el lujo de temer las burlas de otras personas, porque no hay tiempo qué perder cuando la poesía lo es todo. No le pidas a un poeta joven que deje de escribir: pídele que se arroje de un peñasco o que prescinda del oxígeno o que abandone de una vez por todas su insoportable sed por la vida.

Los rechazos viscerales a la poesía pueden ser provocados por el reflejo involuntario de una expectativa social o pueden ser motivados por la obra en sí; pero en ambos casos el poeta joven se deleita al descubrir que tiene el poder de asombrar o de provocar a sus lectores. Sin comprender aún la verdad, ha descubierto ya su camino: la libre osadía.

Un poeta joven no sólo se cree poseedor de la llama de la libertad: es su inventor. En ese ingenuo candor radica la conmovedora belleza de los poetas jóvenes. No saben que los viejos los leen y encuentran en sus palabras un rasguño de Homero o una chispa de Dante o el quejido sin fin del ardor de Rimbaud. No importa qué digan los viejos, los jóvenes sólo escucharán un velado elogio o una demostración de ligera envidia.

También yo sufrí de esos accesos de candor. También yo creí ser más de lo que soy: un inmortal, un vengador, un iluminado.

Una sola mujer me puso en mi lugar: Gilda Lewin. La primera vez que me habló, sentí en mis rodillas todo el miedo y toda la culpa de un joven primerizo en un burdel. Ella sabía evocar la imponencia de una rufiana. Debo aclarar lo que digo: es una actriz consumada, una verdadera dama del teatro, una diva.

—¡Pobrecito! Leés peor que Neruda —dijo en voz alta la primera vez que me oyó leer poesía—. Pero no te preocupés —susurró entre las risas de los amigos que nos rodeaban—, yo te curaré.

Y lo hizo. Me curó de mi ciego narcisismo y de mi sonámbula voz, y con el truco más importante que un actor tiene a su disposición. Me enseñó a leer entrelíneas, a comprender el texto detrás del texto: el invisible y poderoso subtexto. Lo que descubrí en mi propia escritura me sorprendió. Y ahora veo, en todo poema, o la dura uña de Homero o el ojo vigilante de Dante o los labios sedientos de Rimbaud.


Este texto se publicó en La Prensa Gráfica el 13 de septiembre de 2003.


sábado, 23 de julio de 2011

La metamorfosis

Cada día menos cruel;
cada día más humano.


viernes, 22 de julio de 2011

La pérdida

¿A dónde van los recuerdos que se pierden para siempre? ¿Y qué es lo que pierdes con ellos en realidad? Un día lo olvidas todo y eres tú el que se ha perdido para siempre.


jueves, 21 de julio de 2011

Ahí pero dónde, cómo

ni siquiera esperanza en lo absurdo, saberlo otra vez feliz, verlo en un torneo de pelota, enamorado de esas muchachas con las que bailaba en el club pequeña larva gris, animula vagula blandula, monito temblando de frío bajo las frazadas, tendiéndome una mano de maniquí, para qué, por qué

Julio Cortázar (1914-1984), en el cuento Ahí pero dónde, cómo.

miércoles, 20 de julio de 2011

Animula vagula, blandula

Llega la muerte y tú le cantas, Adriano.

Animula vagula, blandula
hospes comesque corporis,
quae nunc abibis in loca
pallidula, rigida, nudula,
nec, ut soles, dabis iocos.


Publius Aelius Hadrianus (76-138)
 

Avalorios © 2010 :: Fotografía: “Haiku Lili” de Jorge Ávalos © 2009.